A estas horas de la noche hace un frío que pela en Salamanca y no hay valiente que salga al jardín o a la puerta de la calle para tomarse una taza de café y menos aún a fumarse un cigarrillo. Eso que gano en salud. Así que me siento plácidamente en el sofá y me pongo a pensar sobre mi aportación semanal al blog.
Al principio de su desarrollo, los niños tienen un gran potencial para asimilar el conocimiento sobre todo en relación con el lenguaje y algunos otros conceptos. La forma en que se les presenta la información y cómo construyen su comprensión afectará a su capacidad de razonar. Creo que la información presentada de un modo demasiado simplista podría disminuir la capacidad del niño de pensar críticamente.
Todos nos sorprendemos cuando vemos a los más pequeños manejar una tablet o un smartphone aunque sea para “jugar”. Desde bien pequeños, quizá por imitación de procesos que han visto realizar sus padres, quizá por intuición o lo que es lo mismo por el pleno acierto de los ingenieros diseñadores de los interfaces, nuestros peques demuestran una gran destreza en el uso de los dispositivos tecnológicos. Si somos conscientes de que la aportación que hacemos los mayores a la cadena del conocimiento y compresión que van fabricando los peques consiste en el énfasis que podamos hacer en determinados momentos de su desarrollo, a ninguno de nosotros se nos pasará por la cabeza prescindir del apoyo tecnológico.
No se trata de una disyuntiva entre la educación con elementos tradicionales o la educación apoyada en medios tecnológicos. Sería un contrasentido no aprovechar los avances que hoy nos brinda la Ciencia pero mi disertación semanal en este blog trata sobre el rol que debemos tener los padres frente al uso que hacen nuestros hijos de los recursos tecnológicos de los que disponen. Para mi no hay una edad en la que un niño debiera empezar a utilizar tecnología. La edad adecuada es la que cada niño tenga en este instante y el uso que hará de la tecnología será acorde a su edad. Sin duda, por suerte y no por desgracia, estamos en un momento de gran desarrollo tecnológico. Del uso que nuestros hijos hagan de la tecnología, de la capacidad de acceso al conocimiento y del apoyo didáctico con el que cuenten, dependerán en gran medida sus fortalezas y debilidades.
Como papá y como informático, al igual que la mayoría de papás de los amigos de mis hijos, me apoyo en la tecnología para ayudar en su proceso educativo. Con un mínimo de control tutelar (son muchos los peligros de la red) deberíamos dejar que los niños, con su ordenador, su consola, o su tablet, gocen de cierta autonomía. No hablo de un “sin control” . Hablo de que en determinados estadios de la formación de nuestros hijos una interacción demasiado elevada o un “hacer nosotros las cosas por ellos”, implica que no estaremos potenciando su responsabilidad y no estaremos favoreciendo en ellos el desarrollo del “Pensamiento Crítico”.
La tecnología puede aportar mucho potencial y al mismo tiempo la tecnología podría crear más de un obstáculo para el desarrollo de habilidades de pensamiento si reducimos el conocimiento a un conjunto de procedimientos o una simple pulsación de botones en un orden concreto. Vaya… esto es un “ni contigo, ni sin ti”.
Si dejamos de hablar de niños pequeños y comenzamos a hablar de adolescentes o jóvenes, deberíamos suponer que con la accesibilidad al conocimiento que nos brinda Internet y con la cantidad de horas de uso de dispositivos de comunicación escrita, los zagales de ahora deberían escribir mucho mejor que los de otras generaciones y nada más lejos de la realidad. Con el manido pretexto de abreviar porque resulta más rápido, la gente está dejando de usar signos de puntuación. El uso de abreviaturas es una costumbre que puede cogerse al enviar SMS, Whatsapp, Tweets, o al coger apuntes en clase pero eso de escribir sin el menor respeto a nuestra Lengua… se me hace imposible. Una cosa es tener faltas de ortografía y otra poner un mazacote de cosas sin sentido, todo junto o con abreviaturas ininteligibles.
No se trata de que todo “quisqui” tenga una ortografía impecable pero parapetados en justificaciones como la inmediatez de los nuevos medios, la limitación de la caja de texto a 140 caracteres, la premura de contestar cuanto antes mejor… nos saltamos a la torera todas las reglas de la gramática y los signos ortográficos. Desaparecen la coma (,) y el punto y final (.), priorizamos la caja baja (minúscula) incluso en los nombres propios y todas las palabras se reducen tanto que, coincidirán conmigo, incluso los más expertos en mensajería electrónica tienen que descifrar el contenido del mensaje. Por cómo escribes, te delatas personal y profesionalmente. Si se tienen dudas, como todos tenemos en alguna ocasión, ¿tanto cuesta pasarle al texto un corrector ortográfico? Ahí radica la diferencia entre escritura y comunicación. Eres responsable de lo que escribes y también de cómo lo escribes.
Ahora que todo es ordenador, ¿habrá que volver a los Cuadernos Rubio?
Veremos.